Esteban Castromán
[artículo publicado en la revista ALMA MAGAZINE, n° 29, Buenos Aires, julio-agosto de 2008]

En el sugestivo título del libro, ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, publicado en 1968 y que luego serviría de musa inspiradora para el film Blade Runner, el novelista estadounidense de ciencia ficción Philip K. Dick (1928-1982) anticipa una reflexión que le ha quitado el sueño a muchos artistas desde la mitad del siglo pasado hasta nuestros días. Si hiciésemos un hipotético escaneo de esas pesadillas, nos toparíamos con las siguientes tramas: las promesas o los peligros que proyectan las ideas del progreso, territorios devastados o ultratecnificados; la cura a todas las enfermedades o clones humanos y cyborgs; viajes al espacio exterior o al mundo íntimo de la mente humana; prótesis de perfeccionan o que deforman los cuerpos; electrodomésticos capaces de generar o de destruir obras de arte; máquinas con cerebros informáticos que unen o que distancian los vínculos sociales. Se trata ni más ni menos que de la oscilación, en la clave binaria tecnofilia versus tecnofobia, que supo estimular a buena parte de la ciencia ficción, pero que también continúa inquietando a todo aquel que se anime a vaticinar cuál es el destino del mundo en el que vivimos.

Los artistas que en la actualidad utilizan a la tecnología como un lienzo, como una página en blanco o como una partitura vacía, expresan sus ideas tanto en las formas como en los contenidos de sus obras. Conforme al caso, algunos se sirven de las posibilidades que les brindan los nuevos soportes; otros, empero, experimentan utilizando los materiales (podríamos decir)
“clásicos” para desplegar sus obsesiones en el campo de juego heterogéneo que configura el arte contemporáneo.