Examinar las poéticas tecnológicas en nuestro país supone una investigación que parta de considerar que el arte y la tecnología comparten mundo. “Ambas pueden entenderse como regímenes de experimentación de lo sensible y potencias de creación, pero no todas las zonas del arte ponen de relieve esa confluencia. Tecnopoéticas, arte tecnológico, poéticas tecnológicas, son algunos de los nombres para las zonas del arte que sí lo hacen”, apunta Claudia Kozak, flamante compiladora de un libro necesario que pasa revista de estas relaciones fundamentales para el arte argentino. Hace rato que faltaba un volumen que diera cuenta de forma orgánica de la proliferación de vínculos que son posibles gracias a esta cruza: con entradas independientes, ordenadas siguiendo el orden alfabético de la B de “Basura” a la V de “Videopoesía”, pasando por el Arte Cinético, el Ecoarte y la Cultura Libre, se revisan no sólo obras sino también proyectos, no-obras, ideas, personas y programas artísticos. Y esta publicación, que se propone como un “archivo blando”, incompleto por decisión, propone un tránsito variado: dividido en tres tipos de entradas, podemos encontrar grandes bloques ensayísticos pero también subgéneros, desagregados y conceptos operativos que actúan como breves definiciones intercambiables para acercarse a las disciplinas. Otra opción es abordarlo desde el índice de artistas, cruzando transversalmente las entradas para seguir, por ejemplo, la trayectoria de popes como Marta Minujín, Margarita Paksa, Edgardo A. Vigo o Roberto Jacoby, protagonistas recurrentes.

Claudia Kozak, doctora en Letras, investigadora de Conicet y profesora de varias universidades nacionales, se encargó de compilar Tecnopoéticas argentinas (Caja Negra), pero se trata de un proyecto mayor que tomó la forma de libro colectivo en el que voces de distintos críticos e investigadores tienen lugar de acuerdo a la descripción y revisión de tal o cual disciplina: “ruidismo” por Esteban Castromán, “tecnologías sociales” por Flavia Costa, “Guerrilla de la comunicación”, “Net.art” y “Hardware libre” por Charly Gradin, y siguen las firmas. Gran parte de ese cuerpo de críticos forma parte de la órbita de Ludión. Exploratorio argentino de poéticas/políticas tecnológicas, en el marco del Instituto Gino Germani de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, se destaca por alejarse del academicismo más riguroso para dinamizar una lectura del imaginario tecnológico que considere la historia y la tradición de la tecnología que hoy puede parecer obsoleta en relación con los últimos avances de la era digital.

Del “Manifiesto del futurismo” aparecido en 1909 en el Diario Español de Buenos Aires, al “Manifiesto Hacker” de 1994 programado en un teléfono público en el que se definía a “toda persona curiosa como un hacker potencial”, o al Bioarte y la Ciberliteratura, mapear la escena de las tecnopoéticas implica asumir su carácter político en relación al tiempo y al espacio. En una época de archivo inestable, de fiebre y de moda, de diseminación y concentración, el libro aspira a ser leído a través del prisma de lo experimental con los riesgos que esto implica entre el siglo XX y el XXI. En un contexto de expansión contundente de lo digital, los artistas son los responsables de multiplicar sus usos, hacer estallar categorías y crear nuevos campos: sus propias poéticas luego deberán encontrar un público capaz de decodificarlas y ese desafío también recae sobre los críticos, eslabones necesarios para procesar y condensar el sentido de las obras. En este sentido, Tecnopoéticas argentinas. Archivo blando de arte y tecnología cumple este objetivo con creces y abre nuevas preguntas que nos responderemos en los próximos años.